sábado, 23 de abril de 2011

Las leyendas del archipiélago

Frente a la costa continental de Orkrank se extiende el archipiélago de las Ikastas, cuya traducción al legunaje común equivaldría a nido. Este nombre se debe a la creencia de que las islas fueron creadas por unas aves gigantes que llevaron piedras y tierra para construir sus nidos en el mar, lejos de los peligros terrestres. Allí pusieron sus huevos pero Kesen, el perro cazador, dio con ellas. Las aves rápidamente levantaron montañas de tierra para cubrir sus huevos antes de salir volando en una persecución que nadie sabe si hasta hoy dura. Lo que no cabe duda es la profunda fe que los lugareños tienen en esta historia y prueba de ello está en que nadie sube a las montañas por temor a que las aves vuelvan a recuperar sus nidos. Además no es de extrañar que las gentes no pierdan de vista el cielo los días de mucho viento debido a esta arraigadísisma creencia.

En fin, pero me estoy desviando del tema, como os decía en el archipiélago he encontrado durante estos días de viaje un lugar inigualable a los que ya había visto y durante este tiempo he estado viviendo con una familia de pescadores que usan técnicas muy antiguas y casi ceremoniales para ellas. Dos de las que más me sorprendieron fueron la pesca con arco y la pesca con aves.
La primera es una técnica que requiere una pericia y unos sentidos muy agudos y los pocos que la practican presumen de ser los mejores arqueros del mundo. El mecanismo es muy sencillo: pescan en grandes barcas en las que caben sobradamente una veintena de hombres. Al borde de la embarcación hay pequeños agujeros, ahí atan una cuerda a cuyo extremo hay una flecha. Los pescadores lanzan las saetas primero a peces pequeños que se acercan a la superficie a comer pan o sobras que echan los pescadores, cuando los peces son atravesados la sangre mezclada en el agua hace que otro depredador mayor a ellos se aproxime a comerlos, enconces los arponeros acrivillan al gran pez mientras otros arqueros cegan y axfisian al animal acertando flechas en sus ojos y branquias, cosa que hacen con sorprendente habilidad.
El segundo metodo es mucho más antiguo y sostienen que ya se practicaba antes por ancentrales habitantes de las islas. Estos pescadores crian aves de los acantilados que llevan consigo para pescar. Les atan una cuerda al cuello y las dejan atadas a la barca. Hambrientas, no dudan en lanzarse al agua a por un bocado, pero el pescador las retorna a la barca y les quita el pez que no pueden tragar por culpa de la cuerda. Cuando la pesca termina las aves tienen su justo manjar como premio por su trabajo. 


La vida alrededor del mar y las islas, es tan prolífica en la pesca como en la tradición cuentística y no os extrañe si os entretengo con más de un cuento popular de las Ikastas, como por ejemplo aquel que dice así:

Un hombre pobre que había vendido muchas de sus cosas y al que tan solo le quedaban su barca, su casa y su ave de pesca salió una mañana a la mar. Aquel día por más que el pájaro se zambullía no conseguía atrapar ningun pez, todas las veces que salía lo hacía con el pico vacio; hasta que en una de las zabullidas, al salir, lo hizo con un cabello dorado al pico.
El pescador estaba desesperado porque el ave no capturaba nada y aquel hilo era incomestible. Desazonado comenzó a tirarse de los pelos y a sollozar de impotencia por imaginar la cara de sus hijos al verle volver con las manos vacias. Al punto salió del agua la cabeza de un chico pelirrojo que lo miraba extrañado y habló:
- ¿Porqué lloráis hombre?¿qué tribulaciones os tienen tan apenado?
- Llevo toda la mañana y no he capturado un mísero pececillo. Por más que mi pájaro se lanza al agua no caza nada y solo me ha dado esto- decía el pescador con el cabello en la mano
- Eso es uno de los cabellos de Idala, la Princesa del Mar que murió hace muchos años antes de convertirse en la Reina del Mundo de las Aguas, y además era una de las cuerdas de mi arpa. Su pájaro la arrancó de mi instrumento y vengo a reclamarla por lo importante que es para mi y el amor que tengo por mi arpa.

El pescador no creía ninguna de las palabras que decía aquel chico que había aparecido repentinamente del  agua. Pero el hambre, que agudiza el ingenio, hizo ver al pescador que el cabello aquel era realmente importante para el jovencito y a cambio como precio pidió que le trajera tantos peces como para comer durante toda la estación.

- Tendrás tus peces, espera aquí un instante.

El hombre pensaba cuan iluso era aquel chico, pero al ver que al sumergirse en lugar de piernas tenía cuerpo de pez se asustó muchísimo pues no había visto nada igual en su vida. En un instante empezaron a saltar peces a la barca hasta que estubo llena a rebosar.

El sireno y el pescador hicieron grande amistad en los días venideros y le enseñó los mejores lugares para pescar. La familia del hombre no volvió a pasar penurias y gracias a la ayuda del sireno salieron de la pobreza.


Un buen día de pesca mientras el pescador descansaba, Oreino el sireno cantaba una de sus hermosas canciones sobre las virtudes y bellezas de sus amantes del reino submarino de dónde venía, sucedió que un par de pescadores descubrieron al sireno. Habían oido muchas historias sobre esa raza de seres mágicos, y cada una peor que la otra.  Los hombres corrieron hasta el pescador para rescatarlo, pues pensaban que lo estaba hechizando con su música. Lanzaron rápidamente sus redes sobre Oreino y el pescador malinterpretó aquel acto de buena fe. Todo sucedió rápidamente. Unos lanzaron arpones contra el sireno, el otro intentó cortar las redes. Nadie murió pero Oreio perdió una de sus manos, que cortó con el puñal del pescador para huir de la atadura de la red enemiga.

El pescador no volvió a ver al sireno durante meses. Una mañana que salía a faenar se encontró un hermoso arco de madera finamente trabajado y tensando la madera un fino cordón dorando tan resistente como el mejor cáñamo que se preciara tensar un hombre. Descansaba dentro de la barca junto a una esfera de barro y una enorme caracola. El pescador se preguntó que podría ser y sin querer resvaló y golpeó en el fondo de la barca. La esfera se partió dejando dentro un pergamino escrito con una caligrafía vacilante que decía:

Muchas gracias por tu amistad y por tu protección aquel fatídico día. He pasado grandes momentos contigo, pero te tengo que decir adios. No volverás a verme nunca más, he emigrado lejos con la gente de mi pueblo, estas costas ya no son seguras para mi y los mios. Los humanos habéis desarrollado una profunda desconfianza hacia lo desconocido y os sentiís demasiado amenazados cuando os topáis con algo extraño. Yo no pensaba que fuera así, pero no escuché las voces de los sabios de mi pueblo que me aconsejaron no mezclarme contigo. Es normal, sois una raza muy joven y os comportáis tal y como lo haría un niño pequeño e indefenso. A cambio de tu confianza y tu compañía te regalo este arco. He trenzado los cabellos de oro de mi arpa para fabricar la cuerda que lo tensa. Caza y defiende a los tuyos con el, nunca se romperá y soportará las inclemencias del mar y el sol.
No dudes en hacer sonar la caracola para llamar a los peces, que reconocerán al instante el sonido y se ofrecerán a ser capturados por tus redes sin oponer resistencia. El poder que ata a las bestias del mar a esta caracola es ilimtado e insondable, tanto como el amor que siento por la difunta Idala o como la amistad que te tengo a ti. 
Haz buen uso de mis regalos y te deseo una vida lejos de las tribulaciones humanas

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