Me vais a permitir entrar un poco en detalles, porque la historia de estos hermanos de la fe no tiene desperdicio. Al contrario que el resto de religiones, en Balduner las creencias son muy terrenales y personales. La forma de profesar la fe es a personajes, reales o ficticios del pasado que han hecho alguna proeza o encarnan alguna virtud y algún que otro defecto. Figuras que, al fin y al cabo, representan los ideales del creyente y que se ajustan como un guante a su carácter, de tal forma que familias o comunidades enteras veneran a diferentes personajes y no es de extrañar que de un territorio a otro cambien incluso de nombre.
Esta forma tan peculiar y libertina de ver la fe se debe precisamente a la orden de los Frailes Peregrinos, que han vivido recopilando y escribiendo historias y cuentos de personajes ilustres de la geografía del orbe para, como dicen en sus textos "para el correcto proceso moralizante de las futuras generaciones y para el enderezamiento de las almas dislocadas. Para abrir los ojos a aquellos que tengan los oídos bien abiertos". Estos textos datan de épocas muy remotas y en muchos abadías y bibliotecas se pueden encontrar relatos de este estilo escritos por estos frailes y custodiados por otras personas que han querido atesorar esos retales de valiosa sabiduría. Como puedes comprobar cumplían una labor muy importante que siguen llevando a cabo, pues en su peregrinar llevan y traen nuevas a todo el mundo que los escuche y son famosos por ser grandes políglotas... pero no me voy a detener más en esto y voy a pasar a lo que realmente importa y abandonando los preámbulos, voy a contaros la ejemplar historia de la princesa gigante.
"En un tiempo pasado en el que los prodigios estaban a la orden del día vino a suceder un hecho insólito que precisamente os vengo a relatar. En la corte de un antiguo rey cuyo nombre lo ha borrado el tiempo nació la primogénita de la familia del monarca fruto del profundo cariño que sentían su esposa y él. Puede que parezca normal todo lo que he dicho, pero la situación no tardó en trocarse cuando menos extraña.
Aquella pequeña princesita empezó a desarrollar un hambre que no conocía límites y la saciedad era para ella una palabra carente de significado. Su nodriza pronto alertó de que la chiquilla la dejaba sin leche en un periquete y necesitaban a cinco mujeres para atender aquel estómago rugiente y calmar los llantos que ensordecían al que los escuchase incluso al otro lado del muro de sus aposentos. La reina tenía miedo de que aquel hambre hiciera que si hija engordase desproporcionadamente y temía que su hija muriera de empacho, pero lo que sucedió dejo boquiabiertos a todos en el reino.
Durante su primer año creció apresuradamente y no tardó su ropa en quedarse pequeña, su cuna la llegó a utilizar algún tiempo y para su desgracia su envergadura fue correspondida también con su peso y no pudo disfrutar del tierno balanceo cuando una madre te acuna entre tus brazos, se tuvo que contentar con el mecido de su cama. Pero no por ello la quisieron menos.
Sus padres vieron con sorpresa cómo ella crecía y crecía. Los problemas a la hora de relacionarse con los demás niños no tardaron en hacerse notar y la apartaron del resto de niños de su edad por miedo a que los golpease demasiado fuerte mientras jugaba. El tiempo transcurrió y su talla no menguó, todo lo contrario con once años ya era tan alta como sus padres y a los dieciséis ya era bastante más alta que todos los chicos que conocía y mucho más fuerte que muchos guerreros.
Su altura la alejó de mucha gente, que la veían más como un monstruo que como una persona excepcionalmente grande. No podía compartir aficiones comunes con las chicas, sus dedos eran demasiado grandes para manejar agujas e hilo y aprender a bailar era bastante complicado teniendo aquellas piernas tan largas. Con los chicos pasaba más de lo mismo, hasta los catorce años estuvo visitando los establos, pero al final desistió en mejorar sus técnicas de equitación pues los caballos se sentaban al sentir su peso y realmente podía alcanzarlos en la carrera si se esforzaba.
Toda esta situación la convirtió en una persona muy tímida y reservada con la gente. En el fondo se moría de ganas de compartir su tiempo con alguna amiga de verdad, pero imponía demasiado respeto a los demás y no conseguía que la gente se sintiera segura con ella, al contrario, la veían como una amenaza y un halo de pesimismo la rodeó durante esos años. Se encerró mucho en sí misma y llegó a pensar que aquel no era su lugar, que debería viajar al este en busca de los gigantes de los que hablan las leyendas y con los que seguro que congeniaría. Pero en el fondo sabía que esa no era la solución, y confundida por todo lo que sucedía y sin entender cómo podría ponerle solución se abandonó a la desidia y pasó a malgastar los días deambulando por los claustros del castillo o andando por el bosque solitaria.
En una de sus improvisadas excursiones por el bosque se cruzó con un hombre que andaba en sentido contrario por el sendero. No reparó en el hasta que lo tuvo demasiado cerca y fue demasiado tarde para abandonar el camino y ahorrarle el disgusto de pensar que iba a ser objetivo de un asalto o protagonista de otra macabra historia que cuentan de gigantes que hacen desaparecer a los viajeros perdidos. El hombre, por el contrario la captó desde lejos y entornando los ojos, con una mirada fría y analítica comenzó a calcular la altura de la senderista en relación a la distancia y la velocidad que podía llevar. No se lo creía, sus cálculos nunca fallaban y era muy bueno haciendo cosas tan tontas como aquella. Se detuvo y esperó a confirmar sus sospechas. La sorpresa fue aun mayor cuando comprobó que se equivocaba bastante y superaba con creces las proporciones que había considerado. La jovencita lo vio atónito frente a ella y se paró en seco.
- Disculpe señor, pero no le voy a hacer ningún daño. Lo digo en serio, no soy agresiva ni guardo malas intenciones.
El hombre frunció el ceño preguntándose por qué decía esas tonterías. No la terminaba de entender. El tan solo estaba maravillado con esa altura portentosa y sin darle mayor importancia a lo que le había dicho, con toda naturalidad, le preguntó si iba en buena dirección hacia el castillo de aquel reino. Ella extrañada por aquel trato tan cordial después de años se presentó como la hija del castellano de la fortaleza a la que se dirigía el recién llegado y se ofreció a acompañarlo hasta allí. Durante el camino hablaron y la princesa descubrió que se trataba de un reputado arquitecto que el padre había contratado para que gobernase las obras de ampliación de ciertas partes del castillo y de los aposentos de la muchacha en especial. También escuchó como su fama se había hecho tan grande como ella y cómo en los territorios de alrededor se hablaba de la Princesa Gigante con palabras mayúsculas.
Una tarde observaba con detenimiento cómo los albañiles se afanaban en situar unos marcos de madera que soportarían el peso de las piedras y darían forma a las ventanas apuntadas de sus aposentos. En un desliz uno de ellos perdió el equilibrio y uno de los grandes marcos que sostenían con esfuerzo se fue abajo. La princesa instintivamente fue corriendo a levantar el enorme madero que había atrapado a varios hombres bajo su peso. Esforzadamente, pero sin la ayuda de nadie, lo levantó y los pobres albañiles pudieron ser llevados rápidamente a que los atendiesen. El arquitecto fue testigo de todo aquello, de como se desenvolvió con absoluta resolución en mitad de aquel jaleo y por supuesto de la descomunal fuerza de la muchacha.
Los padres la elogiaron al saber de aquello, pero el arquitecto les pidió audiencia y habló en estos términos:
- Sus majestades, mi estudios me han ayudado a enriquecer mi espíritu y mi oficio me ha dado la oportunidad de ver mucho mundo. Pensaba haberlo visto todo, pero cuando me crucé con vuestra bien amada hija ya pensé que sería ideal como mi ayudante. Soy una persona pequeña y a penas tengo fuerza, pero su hija es fuerte y joven, además de inusitadamente grande. Nadie mejor que ella podría ser mi mejor capataz. Tiene una fuerza extraordinaria para portar maderos, tirar de cuerdas y levantar cargas. Bajo mis enseñanzas podría incluso aprender a tallar la piedra y a esculpir.
Los monarcas se miraron y comprendieron que aquel hombre tenía mucha razón y tras comentarlo la reina zanjó el asunto:
- En efecto como dices tienes razón. Nosotros hemos intentado que nuestra hija encontrase su sitio en la corte pero sus virtudes no conjugan con las exigencias de palacio y tal y como usted nos dice es más que perfecta como arquitecta, mucho más que como cortesana. Me hace sentir vergüenza pensar que hemos estado juzgando todos estos años a nuestra hija como una mala infanta en lugar de considerar que podría ser cualquier otra cosa. Nos hemos empecinado en su futuro más que en su satisfacción. Si realmente así lo creéis, os damos la custodia de nuestra más querida hija para que la instruya en las artes de la talla de la piedra, en la escultura y la arquitectura. Haga de ella una mujer ejemplar y que pueda sentirse orgullosa de sí misma y de lo que pueda llegar a conseguir.
Y de esa forma la princesa encontró definitivamente su lugar, primero como ayudante del arquitecto y más tarde como la Princesa Gigante, la Edificadora. Tal y como el arquitecto auguró primero y sus padres secundaron encontró la felicidad entre los forzados trabajos de la construcción y edificó templos, hospitales, fortalezas y viviendas. Su pesimismo desapareció y el gesto de tristeza tan habitual en su cara desapareció para siempre para dejar paso a una sonrisa de profunda satisfacción que adornó su cara siempre, pues sabía que con su esfuerzo hacía cosas grandes como ella y ayudaba a los demás de la mejor manera que podía.
De modo que no te rindas al pensar que no encajas en ningún lugar, sigue buscando y prueba todas las posibilidades. Todas y cada una de las criaturas del orbe han sido concebidas para cumplir una misión, analiza tus virtudes y luego busca tu lugar, comparte tus dones y verás como se multiplican y crecen en unisonancia y armonía con los del resto de los seres."